¿Qué significado
tiene la Ceniza?
Cada año, el Miércoles de Ceniza, la Iglesia da inicio
a la Cuaresma, con la imposición de la ceniza en la frente dentro
de la celebración de la Santa Misa.
Y ¿qué es la ceniza? ¿Qué
significado tiene el ritual de imposición de la ceniza?
La Ceniza no es un rito mágico, ni de protección
especial -como muchos podrían considerarlo. La ceniza simboliza
a la vez el pecado y la fragilidad del hombre.
Veamos lo que es la ceniza y el polvo en la Sagrada
Escritura. Isaías habla del idólatra como “un
hombre que se alimenta de cenizas” (Is. 44, 20).
La idolatría, el gran pecado de los tiempos
antiguos, pero también de ahora, porque cada civilización
se crea su propios ídolos, a los que el Libro de la Sabiduría
denomina “invenciones engañosas de los hombres”
(Sab. 15, 4).
Hoy en día tenemos también nuestros
propios inventos, nuestros propios ídolos. Así que el término
de idólatra también se refiere a nosotros hombres y mujeres
del Tercer Milenio.
Y he aquí lo que nos dice el Señor
sobre los idólatras: “Su corazón es cenizas, su
esperanza es más vil que el polvo, su vida más miserable
que la greda, porque desconoce al que lo formó y le infundió
un alma capaz de actuar y un espíritu de vida” (Sab. 15,
10).
Dios, por boca del Profeta Ezequiel, anunciando
la destrucción de la ciudad de Tiro, dice así de sus habitantes,
expertos en navegación y comercio, pero pecadores porque embuídos
en su riqueza material, no tenían en cuenta a Dios: “se
cubrirán la cabeza de polvo y se revolcarán en ceniza”
(Ez. 27, 30).
Y el Señor, a través del mismo Profeta
Ezequiel, nos hace ver que el resultado del pecado no puede ser sino la
ceniza, cuando se refiere al Rey de Tiro: “Te he reducido a
cenizas” (Ez. 28, 18).
Así que para reconocer ante los demás
y para convencerse a sí mismos que realmente eran “polvo
y ceniza”, algunos personajes de la Biblia se sientan sobre ceniza
o se cubren la cabeza de ceniza: Job (Job, 42, 6); el Rey de
Nínive, ante la predicación de Jonás (Jonás
3, 6).
Jesús mismo menciona la costumbre de revestirse
de ceniza al referirse a dos ciudades que no habían acogido su
mensaje de salvación (Mt. 11, 20-24).
Al saber de los desmanes que Holofernes, jefe del
ejército de Nabucodonosor, había hecho en los pueblos vecinos,
los israelitas, recién regresados del exilio en Babilonia, se asustan,
por lo que “todos los habitantes de Jerusalén ... se
cubrieron la cabeza con cenizas” (Judit, 4, 11).
En Abraham, nuestro padre en la fe, modelo de
humildad, docilidad y entrega a Dios, la ceniza tiene su verdadero sentido,
cuando orando se reconoce nada ante el Creador: “Sé que
a lo mejor es un atrevimiento hablar a mi Señor, yo que soy polvo
y ceniza” (Gn. 19, 27).
Cubrirse de cenizas significa, entonces, el realizar
en forma tangible un reconocimiento público, por el cual nos declaramos
frágiles, incapaces, pecadores, en busca de la misericordia de
Dios.
Al que reconoce y realmente cree que es nada, al
que se sabe necesitado de la misericordia divina y de la salvación
que nos trajo Jesucristo, El cambia la tristeza en alegría y la
ceniza en corona, cuando nos promete por boca del Profeta Isaías “una corona en vez de ceniza” (Is. 61, 3).
El Ritual de la Imposición de la Ceniza
nos lleva, entonces, a recordar nuestra nada. Las palabras de una de las
fórmulas de imposición de la ceniza nos recuerdan lo que
somos: “Polvo eres y al polvo volverás”. Es
decir, nada somos ante Dios.
Somos tan poca cosa como ese poquito de ceniza,
ese polvillo, que se vuela con un soplido de brisa, o que desaparece con
tan sólo tocarlo. Eso somos ante Dios: muy poca cosa ... como es
ese resto proveniente de ramos o palmas benditas quemados con anterioridad,
que es la ceniza.
Y los hombres y mujeres de hoy necesitamos ¡tanto!
darnos cuenta de nuestra realidad:
Nos creemos tan grandes ... y somos ¡tan
pequeños!
Nos creemos capaces de cualquier cosa ... y somos
¡tan insuficientes!
Nos creemos capaces de valernos sin Dios o a espaldas
de El ...
y somos ¡tan dependientes de El!
El fruto más importante de un Miércoles
de Ceniza bien comprendido es la conversión. Precisamente
las palabras que posiblemente serán pronunciadas en el momento
de la Imposición de la Ceniza son las siguientes: “Conviértete
y cree en el Evangelio”. Es importante tomar en cuenta estas
palabras.
El Ritual de la Imposición de la Ceniza
tiene por fin, entonces, llevarnos a la conversión. Y ¿qué
es convertirse? Nos lo explica la Primera Lectura del Profeta Joel: “Vuélvanse
a Mi de todo corazón ...... Vuélvanse al Señor Dios
nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera
y rico en clemencia”.
Convertirse es volverse a Dios: regresar a Dios
o acercarse más a El. ¿Cuánto tiempo toma convertirse?
La conversión es un programa de toda la vida. Todos -sin excepción-
necesitamos convertirnos: hasta el más santo puede todavía
ser más santo aún.
Y la conversión debe ser verdadera, no aparente.
Por eso nos dice Joel: “enluten su corazón, no sus vestidos”. Es decir: el cambio debe ser interior, en el corazón. El cambio
no puede ser la ceniza en la frente sin un verdadero regreso (si es que
estamos de espaldas a Dios) o un verdadero acercamiento (si es que estamos
de frente a Dios).
En esto consiste el verdadero arrepentimiento de
las faltas, pecados, vicios, etc. Cada uno, en el interior de su corazón
sabe cuál es aquella falta que el Señor desea que deje.
Y la Cuaresma es el tiempo propicio para ese arrepentimiento. Y el arrepentimiento
es una gracia que el Señor nos concede si realmente lo deseamos,
si verdaderamente lo buscamos.
“Pues bien”, nos dice San
Pablo en la Segunda Lectura, “ahora es el tiempo favorable;
ahora es el día de la salvación”. El Señor,
que siempre está abierto a perdonar a quien desee arrepentirse,
el Señor que siempre está dispuesto a ayudar a quien desee
ser mejor, está especialmente pendiente en este día de penitencia
en que nos humillamos reconociéndonos “polvo”, y también
en este tiempo de gracia llamado Cuaresma, que hoy comenzamos.
El verdadero espíritu de la Cuaresma, la
cual se inicia el Miércoles de Ceniza, está en estas palabras: conversión, arrepentimiento y humildad.
¿Cómo llegar a este espíritu
cuaresmal? Jesucristo nos indica en el Evangelio los medios especiales
para ser humildes, para arrepentirnos y para convertirnos. Son la
oración, la penitencia o el ayuno, y la limosna.
Durante estos cuarenta días que nos preparan
para la Semana Santa, intensifiquemos nuestra oración.
¿No rezas nada? Comienza por rezar un Padre
Nuestro, una Ave María y un Gloria. ¿Ya haces esto? Trata
de rezar una decena del Rosario, ven a hacer una visita a Jesús,
que está presente en el Sagrario.
¿No vas a Misa los Domingos? Ven, a partir
de hoy, todos los Domingos a Misa. ¿Ya haces esto? ¿Por
qué no venir algún día o varios días durante
la Semana, a Misa y a comulgar?
¿Necesitas confesarte para aliviar esa culpabilidad
que pesa y que molesta y que, además, ofende al Señor? ¿Qué
mejor tiempo que éste, que es tiempo de arrepentimiento y conversión?
El ayuno, que puede ser más
estricto o menos estricto, según se pueda, es un ingrediente importante
dentro del espíritu cuaresmal y es un sacrificio agradable a Dios.
Negarse algo que a uno le gusta es un buen ejercicio espiritual.
Puede ayunarse no sólo de alimentos y de
bebidas. Puede ayunarse de cigarrillo. Puede ayunarse de televisión,
por ejemplo. ¡Qué bien nos haría personalmente y qué
bien haríamos dedicando parte del tiempo que pasamos ante el televisor,
en orar en familia, en leer o estudiar la Biblia o en hacer alguna obra
buena en favor de alguien necesitado de una enseñanza, de un consejo
o de una ayuda cualquiera!
La limosna a los necesitados se
refiere a todas las obras de misericordia, tanto materiales como espirituales:
dar de comer al hambriento de pan ... o al hambriento de conocimiento
de Dios. La práctica de las obras de misericordia, cuando se realiza
con recta intención, es decir, con el sincero deseo de agradar
a Dios y de ayudar, es fuente de muchas gracias.
Pero recordemos: oración, penitencia
y obras de caridad, realizadas siempre en humildad, como muy expresamente nos pide el Señor en el Evangelio. Quien
haga estas cosas para ser reconocido o alabado, no sólo se pierde
de sus frutos y de practicar un verdadero espíritu cuaresmal, sino
que comete ese pecado escondido de falta de rectitud de intención,
de impureza de corazón.
La oración y la penitencia son medios para
regresar a Dios y para acercarnos más a El. Las obras de caridad
son el fruto de esa conversión. De eso se trata la Imposición
de la Ceniza, de eso se trata la Cuaresma que hoy iniciamos. |