¿Felices los perseguidos injustamente?

Sí. Es una de las bienaventuranzas. La última. La que Jesucristo explicó con más detalle, posiblemente porque parece una locura considerarse feliz cuando se está sufriendo una injusticia: “Dichosos ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el Cielo” (Mt. 5, 11).

Así que tenemos la oferta de Cristo de que si buscamos hacer el bien y ser como El, seremos perseguidos aquí, pero tendremos recompensa segura Allá. “Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 10).

Cristo no nos prometió a sus seguidores éxitos, ni triunfos, ni alabanzas, sino que con claridad nos mostró el mismo camino de El: rechazos, odio, persecuciones, sufrimiento, cruz, muerte ... Así que quien siga a Cristo, si lo va a seguir de verdad, no puede esperar otra cosa, no puede esperar algo distinto a El. “Quien quiera seguirme a Mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mt. 16, 24).

Para esto hay que tener valentía. Y esa valentía no nos puede venir de nosotros mismos, pues por naturaleza tenemos que sentirnos, cuando menos incómodos, en medio de las persecuciones. Esa valentía nos viene de tener plena confianza en que lo que El permita para nosotros está bien y, además, de la seguridad de contar con toda la ayuda necesaria para pasar por cualquier prueba.

Ahora bien, Dios no nos pide que llamemos gozo a lo que es dolor, o que nos hagamos tan indiferentes ante las tribulaciones que no sintamos el malestar. Aunque esto es posible por gracia divina (lo vemos en los mártires), lo que Dios nos pide es que confiemos, bajo su Palabra que no engaña, que lo que suframos a causa de seguirlo a El, con toda seguridad será transformado en gozo para la Vida Eterna. “Alégrense porque será grande la recompensa que recibirán en el Cielo” (Mt. 5, 11).

“La causa de hacer el bien”, o como dice otra traducción, “la causa de la justicia”, es la causa misma de Cristo: la salvación de todos los seres humanos. Y el que de verdad asume la causa de Cristo vive según las demás bienaventuranzas: es desinteresado, manso, humilde, misericordioso, puro, ama y es pacífico. Ser así, como Cristo, puede ayudar a que muchos traten de imitarnos, puede ayudar a que muchos traten de seguir a Cristo también. Esa es la idea.

Pero ser así, también puede traer como consecuencia que el Mal reaccione contra el Bien. La idea del Demonio es asustar y amedrentar al que quiera seguir el Camino de Cristo, para que no prosiga. Jesús lo explicó en la Parábola del Sembrador: “Al sobrevenir las pruebas y la persecución por causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe” (Mt. 13, 21).

Y podrá parecer que triunfa, al menos por un tiempo, la persecución del Mal contra el Bien. ¿Cómo puede ser esto? ¿Qué pasa? ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está la justicia?

La respuesta a esos interrogantes está en una paradoja, en un contrasentido: el ser perseguidos injustamente y por causa de seguir a Cristo, es precisamente el signo de ser auténtico seguidor suyo. ¿O no es esto lo que significa que si lo seguimos a El seremos perseguidos? Tarde o temprano el seguimiento radical a Cristo nos trae persecuciones: importantes o menos importantes, de conocidos o de extraños, de la familia o de los amigos. De dónde menos se piense puede surgir la persecución a causa de seguir a Cristo. Y las persecuciones ¡oh paradoja! son signo y garantía de que estamos en el camino correcto, en el Camino de Cristo. ¡Por eso el Señor nos recomienda alegrarnos cuando seamos perseguidos!

El Evangelista San Lucas abunda más sobre el tema, planteando la situación contraria a la persecución: “Pobres de ustedes cuando todos hablen bien de ustedes, porque de esa misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados” (Lc. 6, 26).

¿Qué quiere decir esto? Que las alabanzas, los aplausos, las aprobaciones por parte del mundo y los éxitos continuos no son el distintivo del verdadero seguidor de Cristo. Eso más bien podría ser signo de acomodamiento al pensamiento y los modos de actuar del mundo, podría ser signo -incluso- de estar truncando o alterando el mensaje de Cristo. Porque el verdadero seguidor de Cristo, tarde o temprano, termina siendo “signo de contradicción” (Lc. 2, 34)... igual que Jesús.

Las Bienaventuranzas
"son los nuevos mandamientos"
,
dice el Papa Francisco

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