¿Pueden ser pecado mortal
las faltas contra el prójimo?
Efectivamente, hay faltas contra el prójimo que
pueden ser pecados mortales. Pero para comenzar es importante ver la diferencia
entre pecado mortal y pecado venial.
Pecado mortal es una transgresión
voluntaria y consciente de la ley de Dios en materia grave. Y el pecado
venial sería la misma transgresión voluntaria y consciente de
la ley de Dios, pero en material leve. Para entender mejor la diferencia
entre el pecado mortal y el venial podemos usar el ejemplo de una persona
que va caminando en una dirección determinada hacia un punto determinado.
El pecado mortal es como si la persona cambiara de rumbo de tal manera
que quedara completamente de espaldas a la meta hacia la cual se dirigía.
Sin embargo, cometer pecado venial es como si la persona se desviara del
camino, tomando otros pasajes, pero que -aunque desviada- no pierde la
orientación que llevaba hacia la meta a la cual se dirigía.
He aquí lo que nos decía el Papa Juan Pablo
II en su Carta Apostólica Reconciliación y Penitencia sobre
el pecado mortal: Llamamos pecado mortal al acto mediante el cual
el hombre, con libertad y conocimiento, rechaza a Dios, su Ley, la alianza
de amor que Dios le propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a alguna
realidad creada y finita, a algo contrario a la voluntad divina. Esto
puede ocurrir de modo directo y formal, como en los pecados de idolatría,
apostasía y ateísmo; o de modo equivalente, como en todos los actos de
desobediencia a los mandamientos de Dios (R et P #17).
Veamos, entonces, qué faltas contra el prójimo
pueden caer en la categoría de materias graves. En general, se consideran
pecados mortales contra el prójimo aquellas faltas que perjudican gravemente
a los demás en su vida (como el asesinato), en su salud (haciendo algún
daño a su cuerpo), en su honra (calumniándolo o difamándolo) o en su fortuna
(con el robo).
Ahora bien, ¿quién es el prójimo? Prójimo (próximo)
es toda criatura de Dios que es capaz de llegar a la gloria eterna. Y
como los únicos incapaces de llegar a la gloria eterna son los demonios
o las almas condenadas, tenemos que incluir como prójimo a todos los seres
humanos, sin excepción, quienes -por estar vivos- aun tienen acceso a
la salvación. No importa si son pecadores o santos, ateos o creyentes,
buenos o malos. Todos son nuestros prójimos y a todos tenemos que amarlos
como a nosotros mismos. Esa es la ley de Dios, e infligirla es pecado.
Clasificación especial ameritan los prójimos que
consideramos enemigos. A esos también hay que amar. No significa
esto que hay que amar a los enemigos con afecto sensible,
como amamos a los amigos. Pero el amor a los enemigos sí nos obliga a
tener con éstos los signos comunes de educación, orar por ellos e inclusive
ayudarlos cuando estén en necesidad, si se presentara la ocasión.
La venganza, y el deseo de venganza y el
odio son pecados mortales. El odio y el deseo de venganza son
pecados interiores, a veces expresados exteriormente, que están muy relacionados
entre sí. Consisten estos dos en desearle mal a alguien y/o alegrarse
de ese mal. En la venganza ya interviene la acción, pues se busca el mal
de alguien o se le hace daño, recurriendo a diversos recursos: abiertos
u ocultos, directamente o por medio de terceros.
Mención especial merece la envidia,
ese pecado tan repugnante, usualmente escondido. Es un pecado grave contra
la caridad que consiste en considerar el bien del prójimo como un mal
para uno. Es muy fácil pasar de la envidia al odio, a desear el mal o
a causar el mal a la persona envidiada. Y cuando la envida se refiere
a los bienes espirituales del prójimo es, además, un pecado gravísimo
contra Dios, el cual distribuye sus dones según conviene a la santificación
de las almas.
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