mons. Santana

MONSEÑOR UBALDO SANTANA
Arzobispo de Maracaibo, Venezuela

MENSAJE A LA JUVENTUD
EL PRIMER MISIONERO DE JESUS

(HOMILIA DOMINGO 6 TIEMPO ORDINARIO CICLO B)
12-Febrero-2006

1. LA LEPRA UN MAL EXCLUYENTE

En los tiempos de Jesús la palabra lepra (negás) se aplicaba a cualquier erupción en la piel desde una simple irritación hasta lo que hoy llamamos lepra propiamente dicha o enfermedad de Hansen. Cuando alguien contraía ese tipo de enfermedad, era inmediatamente expulsado del pueblo, de la comunidad y del culto, en otras palabras era declarado impuro hasta que sanara. Los leprosos eran como muertos vivos: vivían al descampado, lejos de su hogar y de sus amigos, vagaban por los caminos gritando a voz en cuello “contaminado, contaminado” para que los transeúntes se alejaran de él. Los familiares le dejaban la comida a distancia y se retiraban para que viniera a recogerla. Esta exclusión hacia esta clase de enfermos se mantuvo vigente hasta épocas recientes.

Los viejos zulianos recuerdan aún el leprocomio que funcionó en la Isla de la Providencia, conocido con el nombre de Lazareto, entre 1831 y 1985, cuando fue trasladado al nuevo hospital Cecilia Pimentel ya que gracias a los nuevos medicamentos los afectados no tenían que seguir viviendo aislados. Entre los numerosos leprosos de ese Lazareto quiero hoy hacer memoria del joven sacerdote Luis Felipe Fernández Rojas quien allí vivió su doloroso martirio, hasta su feliz tránsito, el 25 de mayo de 1930. El capellán del leprocomio escribió: “vivió toda su vida mártir y la terminó como un mártir del dolor y apaciblemente con las señales evidentes de la muerte del justo”; y testimonió que “tanta era la alegría que experimentaba en poder celebrar a diario la santa misa que, en ocasiones, se le llenaban los ojos de lágrimas ante el pensamiento de que la insensibilidad, o alguna otra consecuencia de la lepra en las manos, lo imposibilitara para decir la misa”. Es luminosa la confesión del Padre Fernández a Mons. Lucas Guillermo Castillo, obispo de Coro, en marzo de 1930: “Monseñor, ¡cuánto considero a los señores obispos!...Yo ofrezco todos los días mis penas y sufrimientos por las necesidades de la Iglesia”.

Los leprosos del tiempo de Jesús eran seres triplemente excluidos: con relación a Dios, por impuros, con relación al pueblo, por temor a la contaminación y con relación a si mismos por el rechazo de los demás hacia su persona. La autoestima de un leproso debía andar por los suelos: no sólo le tocaba soportar grandes dolores sino además experimentar amargamente la repugnancia de los otros hacia su persona. Tan fuerte rechazo lo podía llevar incluso a la convicción de que ni siquiera Dios lo amaba y sentirse por consiguiente condenado a pudrirse lentamente sin poder hacer nada para impedirlo.

2. EL LEPROSO VIENE A JESUS

En esas condiciones se encuentra el leproso que se presenta ante Jesús. Se acerca a él probablemente a escondidas, ocultando su enfermedad. Asume una actitud valiente y atrevida. Sabe que rompe las reglas sociales y cultuales de su comunidad y pone en peligro al mismo Jesús. Pero lleva también dentro de su corazón la certeza de que aquel hombre es capaz de curar lo incurable, de realizar lo imposible, de devolverle la dignidad y la vida. Viene a Jesús, dice el evangelista, y se dirige a él con gestos y con palabras: se arrodilla a sus pies y le dice: “¡Si tu quieres, puedes curarme!”. Querer es poder, piensa acertadamente este enfermo, sobretodo si se trata de Jesús. Su actitud ante él demuestra confianza y humildad. No sólo se coloca de rodillas, sino que, al formular su petición, no exige nada y lo deja a juicio del propio Jesús. El leproso, en su petición, deja que Jesús decida sobre su curación, pero, al tiempo, reconoce y confía en la capacidad que Jesús tiene para curarlo: “Si quieres, puedes curarme”.

En el fondo de su magnífica oración, subyace la confesión de fe bíblica que proclama el poder absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (cf. Mc. 10,27). Ese es el Dios que el ángel Gabriel le revela a María: “para Dios no hay nada imposible” (Lc. 1,37) De la misma forma orará Jesús en el Getsemaní a su Padre: “Todo es posible para ti” (Mc. 14,36ª); y luego se abandonará filialmente en el “querer” del Padre: “Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú (14,36b). En esta oración queda perfectamente reflejada la actitud de abandono que expresamos cuando decimos: “si Dios quiere”.

3. JESUS SE COMPADECE, CURA Y ENVIA

Contemplemos ahora la actitud del Señor ante esta audaz oración del leproso. Jesús no se contenta con mirar desde lejos la miseria del leproso. Esta vez no realiza la curación a distancia, como en otros casos narrados en los evangelios (cf. Lc. 7, 1-10) sino que se identifica con toda la realidad humana del enfermo y la carga sobre sus hombros a la manera de aquel siervo sufriente descrito por el profeta Isaías: “El justo siervo del Señor liberará a muchos pues cargará con la maldad de ellos” (53,11).

En esta acción sanadora de Jesús notamos una entrega total de su persona. Una acción que parte primero de sus entrañas misericordiosas, de una profunda conmoción interior, “se compadeció de él”, y luego se exterioriza en la mano que se extiende hasta alcanzar el contacto físico con el hombre llagado y marginado. Ambos están concientes de que están transgrediendo la ley: el leproso al acercarse y Jesús al tocarlo. Pero la fe de uno y la compasión del otro son más fuertes que la ley. Once siglos más tarde otro leproso cambiará la vida de un hombre en busca de Dios: San Francisco de Asís. Finalmente, el gesto del Señor se vuelve palabra imperiosa: “Si quiero, sana”.

Al pronunciar Jesús esas palabras: “quiero, queda limpio”, se produce inmediatamente la curación: “al instante”. Jesús actúa como Dios: basta que quiera una cosa para que ella suceda enseguida. La sanación alcanza no solo a lo físico, sino también otros aspectos internos, más escondidos pero quizá más dolorosos. La acción sanadora de Jesús también es triple como triple era la exclusión del leproso: le devuelve la salud, lo reintegra a su comunidad y lo pone en relación directa con su Padre Dios.

Pero el leproso necesita el certificado de haber superado la enfermedad para poder incorporarse a la comunidad: así se lo hace saber Jesús remitiéndolo a la instancia oficial. Es lo único que el leproso tiene que hacer, sin decir cómo y quién le ha curado. El Señor no quiere publicidad para que no malentiendan el sentido profundo del Reino que él ha venido a traer. Jesús quiere huir del reconocimiento fácil y masivo de su persona que sus milagros pueden producir en gente con poca raíz de fe y sentimiento religioso. Pero el leproso no puede, no quiere o no sabe callarse.

4. EL EX -LEPROSO MISIONERO

Por eso el relato concluye de una manera distinta a como el Señor se lo había pedido. El leproso curado sale a gritar no ya “contaminado, contaminado”, como lo venía haciendo sino “curado, curado”. Divulga por donde va el hecho milagroso y la fama de Jesús como curandero se extiende como reguero de pólvora. Entonces se invierten los papeles. Jesús se ve obligado a buscar intimidad y quietud con los suyos en los descampados mientras que el ex-leproso vuelve a su comunidad pregonando lo que Jesús hizo por él.

Y así este maravilloso relato llega a su cumbre: la evangelización llevada a cabo por este hombre es eficaz: con el testimonio de su curación convoca a la Galilea entera ante el Maestro Jesús. Con su predicación personal consigue atraer ríos de gente hacia la persona de Jesús. “Acudían (venían) a él de todas partes”. El progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en este primer capítulo del Evangelio de Marcos, llega así a su punto culminante. No sólo la fama de Jesús se difunde sino que –como una onda expansiva- continúa creciendo la confianza en Él. Esto es lo que logra el primer misionero del Evangelio. La lección es muy clara: ¡Quien tiene una experiencia fuerte de encuentro con Jesús y queda tocado por él no se puede quedar callado! La meta de la predicación es lograr que todos se enteren. Jesús no es para unos pocos es para todos.

5. LA DECISION DE ACERCARNOS A JESUS

El leproso venció todas las barreras y se acercó a Jesús con la firme decisión de pedirle que interviniera en su vida. Mírense, jóvenes, en el espejo de este evangelio. No duden en buscar con decisión y audacia al Señor. En el está nuestra salvación, nuestra vida para siempre. Puede ser que el fardo de sus vidas se nos haya hecho muy pesado y no puedan ya llevarlo solos. Llegó un momento en la vida del leproso en que se dijo: “¡ya basta! No puedo aceptar de manera fatalista que mi vida no pueda tomar otro rumbo. Por allí anda un hombre de Dios llamado Jesús. Voy a acercarme a él y pedirle que intervenga en mi vida, me cure y de este modo recupere mi dignidad, mi confianza en mi mismo, me reintegre con los míos y vuelva a vivir en feliz relación con mi Señor y Padre”.

¿No ha llegado también para ustedes la hora de acercarse al Señor? ¿Qué les impide hacerlo? ¿Saben realmente de qué necesitan ser curados por él? ¿Están convencidos de que el Señor tiene todo el poder para vencer sus males, curarlos de sus enfermedades? Hoy también ustedes, como el leproso del evangelio, le pueden decir con toda confianza al Señor al que han venido a ver: “si quieres, puedes curarme”.

6. LA NUEVA CIVILIZACION DEL AMOR Y DE LA JUSTICIA

Pero si ya han encontrado de veras al Señor, si el ha intervenido en sus vidas y los ha curado, entonces como el ex leproso tienen que salir a testimoniar lo que el Señor ha hecho en ese encuentro por ustedes. Este día de la juventud les hace levantar mirada hacia esa inmensa cantidad de jóvenes que necesitan saber que hay muy cerca de ellos una persona maravillosa que puede transformar sus vidas y darle un vuelco profundo a sus monótonas y aburridas existencias. Son legiones los jóvenes que andan sin rumbo, desintegrados de sus familias, carentes de amor, de aceptación, con una autoestima por el suelo, y convencidos de que hasta Dios se ha alejado de ellos. Cuántos no conocemos nosotros mismos que viven desde temprana edad con un profundo sentimiento de fracaso y de inutilidad, que quieren salir de la esclavitud de la droga, del sexo y del alcohol y no saben por donde está la salida. Cuántos no yacen tirados por las calles, enfermos de sida, esclavizados por grupos satánicos sin otro futuro que la delincuencia y el abandono total. Si, jóvenes, la mies es grande y pocos los cosechadores.

El reto es sin duda inmenso, la tarea no tiene fronteras, hay hambre y sed de Jesús por todas partes. No perdamos tiempo; la vida es corta, la juventud biológica pasa rápidamente y muchos gastan prematuramente las baterías de su juventud psicológica y espiritual. No la utilicemos solamente para rumbear y pasarla cool. Nuestra patria y nuestra iglesia nos necesitan a todos y a todas sanos, fuertes, llenos de fe, de esperanza y de amor.

Si el 12 de febrero de 1812, los jóvenes bajo el mando de José Félix Rivas dejaron estampada sus vidas en las páginas de la historia de la libertad de Venezuela, los tiempos de hoy no son menos heroicos y reclaman con igual fuerza jóvenes que, inspirados en Jesucristo y su mensaje de amor, sueñen en grande y estén dispuestos a dar lo mejor de si mismos para poner nuevos cimientos a la libertad, a la dignidad humana, a la justicia a favor de los más desfavorecidos, a la promoción y defensa de los derechos humanos, a la convivencia reconciliada entre todos los venezolanos, a la integración entre todos los pueblos de América.

Ustedes, jóvenes que conocen y viven de Jesús, que se encuentran con él en la oración, en la vida comunitaria de sus grupos y movimientos eclesiales, que se sacian de su misericordia en el sacramento de la confesión y se nutren de lo sabroso de su casa en este sacramento de la eucaristía, ustedes que han sido “flechados” por él, han de convertirse en los misioneros y testigos de la iglesia del siglo XXI.

Si quieren vivir a fondo de la eucaristía dominical han de estar dispuestos a salir a pregonar el Reino de Dios y a testimoniar constructivamente su fe cristiana al estilo de San Pablo que no buscó primero sus propios intereses sino “dar gusto a todos en todo”. Si quieren crecer en Cristo como miembros activos de su iglesia han de atender con seriedad su propia formación cristiana, ahondar en el conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia. Así estarán en condiciones de dar razón de su propia esperanza y ser sal de una tierra cada vez más desabrida y luz de un mundo sumergido en tantas tinieblas.

El evangelio que hemos escuchado se hace vida en esta eucaristía. Con su presencia sacramental como dice el Padre de la Iglesia, San Cirilo de Jerusalén, el Señor no cura a un solo leproso que encontró en su camino, ni solo a los galileos de su época sino a todos los seres humanos de todos los tiempos, de todos los lugares, de todas las culturas.

Hoy el Señor pone su gracia redentora al alcance de todos y cada uno de nosotros aquí congregados en esta eucaristía dominical. Jesús es hoy, ahora, alegría perenne de nuestra juventud, palabra que nos da vida cuando la escuchamos, la guardamos, la anunciamos y la practicamos como lo supo hacer la Virgen María a lo largo de toda su vida, desde su juventud visitada por el angel hasta el pie de la cruz. Jesús eucarístico es también cuerpo entregado y sangre derramada para que los que lo recibimos en la comunión tengamos vida en abundancia, compartamos su fuerza reconciliadora, nos contagiemos con su entusiasmo por el advenimiento del Reino de su Padre y nos contaminemos con sus ganas de trabajar por el bien de los demás. Ese es el único secreto de la eterna juventud.

Catedral de Maracaibo, 12 de Febrero de 2006

+ Ubaldo Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo

 

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