mons. Santana

MONSEÑOR UBALDO SANTANA
Arzobispo de Maracaibo, Venezuela

HOMILIA
PRONUNCIADA POR MONSEÑOR UBALDO SANTANA ARZOBISPO DE MARACAIBO
EN LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTIA
CON MOTIVO DE LA SOLEMNIDAD
DE NUESTRA SEÑORA DE CHIQUINQUIRA,
PATRONA DEL PUEBLO ZULIANO

1. Saludos.

Excelentísimos Señores arzobispos y obispos,

Presbíteros concelebrantes de esta arquidiócesis marabina y de las diócesis vecinas,

P: Rector de la Basílica de Chiquinquirá en Colombia,

Señor gobernador Manuel Rosales, distinguida esposa y demás miembros de su gabinete ejecutivo,

Señor Alcalde de Maracaibo Giancarlo Di Martino, distinguida esposa, demás concejales y directores del Municipio Maracaibo;

Señores ministros y diputados del Gobierno Nacional;

Sra. Presidente del Consejo Legislativo y demás legisladores regionales,

Sr. Juez Rector y demás funcionarios del Poder Judicial,

Ciudadano Comandante de la Primera División y demás autoridades militares de la Fuerza Armada Regional

Señores Alcaldes y Concejales de los municipios zulianos;

Diáconos permanentes y transitorios, ministros y servidores del altar, miembros de la coral, candidatos al sacerdocio de nuestros seminarios, religiosos, religiosas y personas consagradas

Dirigentes comunitarios, sindicales y empresariales. Miembros de instituciones y organismos económicos culturales del Zulia

Hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas,

Representantes de los Medios de Comunicación social que cubren esta santa misa,

Pueblo santo de Dios, amada grey zuliana que colman esta plazoleta y lugares adyacentes y los que siguen esta celebración desde sus casas o centros de salud,

2 Sincero Agradecimiento al Padre.

Aquí estamos, una vez más, en este año de gracia de 2005, formando una sola y gran familia, en paz y en concordia, abiertos los brazos y los corazones, para darle gracias a nuestro Buen Padre Dios, por su infinita misericordia para con el pueblo zuliano:

Gracias, Papá Dios, por darnos la salvación por medio de tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, a quien confesamos como nuestro Salvador y Redentor y por medio de quien nos has recibido en tu casa y te podemos rendir todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

Gracias, papá Dios, porque en tus inescrutables designios de amor, al llegar la plenitud de los tiempos, dispusiste que Jesús, tu hijo eterno, naciera de una mujer, María de Nazaret, para liberarnos del dominio del mal y del pecado y adoptarnos como hijos e hijas tuyos (cf. Ga. 4,4).

Gracias Jesús, porque en el momento supremo de tu muerte salvadora en el Calvario, en la persona del discípulo que allí estaba, nos entregaste a María como madre: “ahí tienes a tu madre”; y en la persona del discípulo nos entregaste a todos nosotros a ella como hijos e hijas amados: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.

Narra el evangelio de San Juan que desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa (cf. Jn. 19, 26-27). Desde aquel entonces los discípulos y discípulas de Cristo a lo largo de estos 20 siglos de historia la han recibido en sus casas, la han engalanado con títulos, advocaciones, nombres e innumerables edificaciones y la han declarado su madre, guía, maestra, modelo y patrona.

En Colombia los cristianos y cristianas de Chiquinquirá, palabra chibcha que significa “lugar de muchas aguas” la recibieron en su casa, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, hace ya más de 400 años. Fue precisamente en aquella población que un 26 de diciembre de 1586, un niño indígena llamado Miguel y su madre Isabel, al pasar por delante de la pobre ermita donde la Sra. María Ramos la veneraba, fueron testigos del portentoso suceso de la renovación refulgente de sus colores. La noticia se regó por toda la comarca y traspasó las fronteras.

3. Algunos datos históricos.

¿Cómo y cuándo llegó esta bendita advocación al territorio zuliano? Los historiadores aún no se han puesto totalmente de acuerdo en la fecha exacta. Pero la tradición cuenta que llegó en una tablita de madera de 25 cm. de ancho por 25.3 cm. de alto y tres milímetros de espesor, flotando en las límpidas aguas del Coquivacoa, hace ya cerca de trescientos años. La recogió una humilde pobladora del lugar, que la tradición ha bautizado con el nombre de María Cárdenas, y se la llevó a su casa con la idea de utilizarla de tapa para su tinaja pero luego al percibir en ella la vaga silueta de una imagen de la Virgen, decidió colocarla en sitio más decoroso y realizar ante ella sus devociones.

Y en aquella humilde morada se produjo el prodigioso suceso de la iluminación y renovación de los colores. Los vecinos de las humildes casitas circundantes acudieron presurosos a contemplar el portento y gritaron: ¡milagro! y maravillados entendieron desde entonces que la Virgen María había decidido quedarse en el Zulia y adoptar a sus pobladores pobres y sencillos como hijos predilectos suyos.

4. Una particular historia de amor.

Así fue el principio de una historia de un amor bello y eterno que con el pasar del tiempo no ha hecho sino acrecentarse como río caudaloso que arrastra consigo todo lo que encuentra en su camino. Hoy es un raudal inmenso, oleadas incesantes de hombres y mujeres de todas las edades, de todas las condiciones, de todas las procedencias que en estos días benditos desfilan por su casa, trono de la sabiduría, para presentarle a sus criaturas recién nacidas, implorar su protección, cantar su hermosura, enaltecer su grandeza, maravillarse sencillamente de su amor incondicional.

El pueblo zuliano, con su sencillez, su genio cromático y su espontaneidad sonora se enorgullece de ser el pueblo de la Chinita y no se cansa de profesar un amor bello y lozano a la espiritual grandeza de tan hermosa señora, la colma de flores, de visitas y de atenciones, la engalana con sus versos, sus gaitas y poesías.

Y ella no se ha querido quedar atrás y a través de su imagen, maravillosamente renovada en la tablita, ha querido manifestar su maternal predilección por los habitantes de esta tierra de gracia y su deseo de caminar fiel y amorosamente a su lado, gustosa de ser uno de los íconos emblemáticos más determinantes de la identidad regional, del gentilicio zuliano y de la cultura popular. A lo largo de estas casi tres centurias la devoción por María, Madre de la Iglesia, en su título marabino del Rosario de la Chiquinquirá, se ha ido arraigando tan profundamente en el corazón del pueblo cristiano que no es posible entender al zuliano sin la Chinita ni la Chinita sin el zuliano. Hoy podemos hablar con toda propiedad que existe una zulianidad chinitense.

Y allí va ella, engalanada y florida, en el trono de amor que le han esculpido sus hijos en sus corazones, en larga e interminable procesión por las calles de nuestra historia, sonriendo placentera y satisfecha cuando su pueblo sonríe; llorando lágrimas de dolor cuando su pueblo sufre marginaciones y olvidos y no es atendido en sus necesidades primarias. Porque “el corazón marabino la lleva siempre muy dentro junto con sus alegrías y también con sus sufrimientos”. Allí va con sus bellos resplandores, iluminando de colores nuestra querida ciudad, nuestros pueblos costeros, nuestros caseríos indígenas, nuestros sectores, barrios y urbanizaciones.

Desde su trono ataviado con profusión flores, recibe a sus hijos e hijas, los escucha, los bendice, los protege y sobretodo les señala con insistencia que acepten el regalo que les trae, que no es solo ella, que no es ni siquiera primero ella, sino el hijo que lleva en los brazos. Ahora es ella la que nos dice: <Mis hijos e hijas, he aquí a mi hijo, llévenselo a sus casas. Háganse discípulos de él. Hagan lo que El les diga (cf. Jn. 2, 5). Me siento dichosa de ser madre biológica de Jesús pero más dichosa aún me siento por haber escuchado la Palabra de Dios y haberla puesto en práctica> (cf. Mc. 3,35). Nuestra amada Madre alberga en su corazón un ardiente deseo: que la devoción que le profesamos con tanto ardor a la imagen suya en la tablita siga siendo uno de los caminos privilegiados puesto por Dios al alcance de los venezolanos, al inicio del tercer milenio, para que puedan encontrarse con su hijo Jesús “la raíz, la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia y el fundamento del discipulado y de la misión” (CELAM, Documento de Participación No. 39).

Esta historia de amor se renueva cada año que nos encontramos reunidos en este templo, a cielo abierto. Por eso esta noche estamos aquí, mis amados hijos e hijas, para renovar nuestro compromiso de ser pueblo de Dios Padre, iglesia de Dios hijo, templo de Dios Espíritu Santo, guiado y protegido por María de Chiquinquirá. Cada año sin falta, llueve, truene o relampaguee, nos reunimos para tomar conciencia de cuál es el camino correcto que hemos de recorrer juntos bajo la guía de la madre de la familia zuliana.

5. Anhelos. Retos y desafíos.

Al acudir a esta cita el pueblo chiquinquireño expresa su anhelo de seguir creciendo como una sola familia, de verse libre del flagelo la pobreza, del desempleo, de la inseguridad y de la falta de vivienda. Es un anhelo creciente, apremiante y aún desatendido porque nuestros gobernantes, a pesar de algunos progresos notables, aún siguen tentados por la ambición de poder, por el afán de dominio y la avidez de las riquezas; se ensartan en pugnas inútiles, buscan dividir para reinar, y no pocas veces se libran a la destrucción moral de los que consideran sus adversarios con descalificaciones y calumnias que empobrecen su autoridad moral y traen sobre nuestro sufrido pueblo la plaga de la corrupción, la espiral de la violencia y el virus de la anarquía. ¿Cuándo será que dejarán de lado tanta riña estéril y unirán sus talentos y recursos- que son tantos- para ponerle fin por ejemplo al interminable vía crucis al que son sometidos los pueblos añú y wayúu de la subregión indígena, cada vez que vienen las lluvias y crece el nivel de los ríos? La confrontación permanente es un camino equivocado por donde podrá ganar una facción política pero siempre saldrá perdiendo Venezuela.

Nuestro pueblo anhela profundamente que sus gobernantes no piensen tanto en sus intereses, en sus ideologías, en sus estrategias electorales y se entreguen de lleno a mejorar el nivel de vida de los venezolanos, empezando por los más pobres y abandonados. Anhela verlos dar ejemplo de entendimiento y de respeto de las personas. Por eso considero inapropiado ensañarse contra el Cardenal Rosalio Castillo Lara. Las canas de nuestro cardenal, la trayectoria de su vida, el prestigio que le ha dado a Venezuela merecen respeto sin que constituya obstáculo para ello las opiniones que exprese como ciudadano de un país libre y democrático. El pueblo sigue esperando con paciencia de Job que sus gobernantes sigan creciendo en capacidad de consenso y de trabajo conjunto para salir del atolladero en el que se encuentra sumido.

Venezuela es un solo país, los venezolanos somos un solo pueblo. Poseemos una tierra maravillosa, con inmensas riquezas naturales y morales, bendecida por Dios, escogida por María, valorada por tantas naciones por su apertura, por su vocación libertaria, por las oportunidades que ha ofrecido en sus mejores tiempos para progresar a través del trabajo honesto, por su capacidad de transmitir grandes valores humanos como la tolerancia, la convivencia en pluralidad y la integración de las naciones del continente. Son riquezas intangibles pero reales y además decisivas para la buena salud del mañana, valores que no se pueden echar en la papelera por caprichos políticos coyunturales y que reclaman, tanto como el petróleo, ser consideradas como reservas morales y espirituales de alto valor estratégico.

6. Una Iglesia cercana a sus hijos.

La Iglesia en Venezuela ha tomado conciencia también de la importancia de esta hora. Por eso en esa gran asamblea cristiana llamada Concilio Plenario de Venezuela se ha abierto al soplo del Espíritu, ha intentado escuchar lo que El Espíritu Santo le pide y se ha trazado grandes líneas de acción para renovarse en profundidad: en su manera de anunciar el evangelio, de celebrar los misterios de la salvación y de aplicar en las actuales circunstancias del mundo y de la nación las exigencias de la enseñanza social de la Iglesia.

Aquí en Maracaibo, queremos acoger la gracia del concilio plenario, aprovechar la próxima celebración de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, el bicentenario de las tres parroquias del centro histórico de la ciudad, El Sagrario de Catedral, Santa Bárbara y San Juan de Dios-La Chiquinquirá, para iniciar un camino de renovación que alcance la globalidad de sus agentes, estructuras y servicios.

Existe en todos nuestros sacerdotes, en nuestras religiosas, en nuestras feligresías parroquiales la íntima convicción de que nos encontramos ante un momento crucial para nuestra iglesia, de que hemos llegado a una encrucijada histórica de grandes e incalculables proporciones, con desafíos ingentes que exigen una conversión profunda, un cambio radical de mentalidad, la adopción de una nueva espiritualidad que Juan Pablo II, de feliz y amada memoria, nos enseño y llamó “la espiritualidad de comunión”( Cf. Al inicio del nuevo milenio No. 43).

Dios está con nosotros. La presencia cercana, maternal y amorosa de la Dama del Saladillo es un signo palpable de que El Omnipotente camina con nuestra región y con nuestro país, no nos abandona, no nos deja solos y que nos acompañará por montes y valles, selvas y llanos hasta el final del camino. Aunque atravesemos cañadas oscuras nada hemos de temer porque El va a nuestro lado. Su vara y su bastón nos dan seguridad (Sal. 23,4).

7. Suplica del Pastor.

Pidámosle esta noche a nuestra madre de Chiquinquirá que nos lleve al pie del altar donde su hijo Jesús se ofrece por nosotros y nos comparte su vida; que nos enseñe a abrir los ojos de la fe, como ella lo supo hacer, ante las nuevas realidades, a descubrir los nuevas trochas de la evangelización y nos contagie con aquel entusiasmo, aquella energía y aquel arrojo que la llevó a recorrer sin miedo y con fidelidad su vocación propia hasta el pie de la cruz y luego hasta el momento de Pentecostés. Que ella que supo recoger en su vida y en su persona la herencia de la promesa hecha a Abraham y a sus descendientes, nos eduque a ser el pueblo bravo y fuerte que reclaman las circunstancias, que en la vida y en la muerte ama, lucha, canta y ora. Amen

Maracaibo 18 de noviembre de 2005

+ Ubaldo R. Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo

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