MONSEÑOR UBALDO SANTANA
Arzobispo de Maracaibo, Venezuela

MENSAJE A LOS JOVENES DE SU ARQUIDIOCESIS
con motivo de
LA JORNADA MUNDIAL
DE LA JUVENTUD

celebrada en Colonia, Alemania, Agosto 2005

 

Muy amados jóvenes:

Es un espectáculo maravilloso verlos a todos reunidos en este gimnasio procedentes de tantos lugares y parroquias de nuestra arquidiócesis y de las diócesis vecinas de nuestra provincia eclesiástica. Su presencia esta noche significa que han aceptado hacerse ustedes también peregrinos como los magos de oriente para salir en busca de Jesús.

Esta noche otra persona amada nos acompaña y nos abruma con la fuerza de su presencia. Una persona que se ha hecho sentir para muchos de ustedes a lo largo de toda su vida, que se hace sentir estos días tanto en Colonia, como en Maracaibo y en todos los sitios del mundo donde los jóvenes estén reunidos: el Papa Juan Pablo II, el amigo incondicional de los jóvenes. ¡Cómo no tener un recuerdo emocionado y agradecido por ese hombre de Dios venido de Polonia, que inventó hace 20 años las Jornadas Mundiales de la Juventud para entrar en un contacto más directo y en diálogo más cercano con los jóvenes del mundo entero! Nos sabe a gloria ver a su sucesor Benedicto XVI recogiendo con decisión el guante de tan ilustre predecesor y hacerse cargo de tan hermoso legado. Oramos por él y esta noche con nuestra oración le brindamos todo nuestro apoyo.

Estos días y particularmente esta noche nos toca a nosotros vivir la formidable experiencia de los magos de oriente que se pusieron en marcha en busca de la respuesta a una pregunta que brotó de sus corazones al contemplar en una de esas espléndidas noches de oriente una estrella de fascinante resplandor: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido pues vimos salir su estrella y venimos a adorarlo?” A lo largo de los 20 siglos de historia de la fe cristiana son millones los seres humanos de toda edad, de toda raza, lengua y nación que se han puesto en marcha, movidos por esa misma pregunta, como si llevaran un fuego ardiente en sus entrañas. Vencieron todas las dificultades, vivieron a fondo la apasionante aventura de la santidad, que no es otra que configurarse con la persona, la vida y la mente de Jesucristo, permanecer unido a él en la iglesia y trabajar con sus hermanos en la transformación del mundo según los valores del evangelio.

“Entraron en la casa y vieron al niño con María su madre y postrándose lo adoraron” Ser mago en tiempo de Jesús era una profesión científica. El estudio de los astros los llevó a Dios. La ciencia también lleva a Dios. Todos los seres humanos, lo sepan o no lo sepan, buscan a Dios porque “en el vivimos, nos movemos y existimos” (cf. Hech. 17,24-28). Al llegar a Jerusalén prosiguieron su investigación y unos escribas les revelaron la profecía de Miqueas sobre el lugar donde aparecería el Mesías. Y así fue cómo, guiados por las maravillas de la naturaleza, los descubrimientos de la ciencia y la iluminación de las escrituras divinas llegaron hasta donde estaba Jesús. Al encontrarlo su corazón se llenó de una inmensa alegría porque habían encontrado al que habían estado buscando con tanto ardor y empeño.

Los estudios, la ciencia, la naturaleza son como esos carteles colocados a la orilla de las carreteras para indicar direcciones, lugares y destinos.

La ciencia y la creación con todas sus maravillas son como dedos inmensos que señalan el destino final de los seres humanos y de la humanidad entera: Dios. El es el único sitio hacia donde vale la pena dirigirnos con todas las fuerzas de nuestro ser porque solo en El quedan colmadas todas nuestras más profundas aspiraciones de felicidad. Después de haberlo probado todo, San Agustín, un gran santo de la iglesia del primer milenio, lo encontró y estampó su conclusión en una frase inmortal: “Hemos sido creados para él y nuestro corazón permanece inquieto hasta que no descanse en El”.

Mis amados jóvenes, han de saber que la vida es un viaje con destino como el de los magos que culminó en Belén. Todos los demás viajes, como por ejemplo los interplanetarios o las navegaciones por Internet nunca logran saciarnos plenamente. Sólo el viaje que desemboca en Dios colma el hambre y la sed de felicidad del corazón humano: “Como el ciervo sediento en busca de un río, así mi Dios, te busco a Ti. Tengo sed de Dios, del Dios que da la vida” (Sal. 43,1).

Como somos seres hambrientos y sedientos nos paramos en el camino a comer y a beber: comemos y bebemos placeres, poderes, saberes, sexo y dinero y pensamos que esos momentos, esas personas, esas experiencias nos colmarán; pero muy pronto nos damos cuenta, después del placer intenso y pasajero, que nos dejan un gran vacío en los recovecos del alma. El que se droga, se exaspera y aumenta constantemente las dosis para superar fronteras y gozar de nuevas sensaciones. El que se centra en el sexo multiplica los encuentros y las fórmulas en busca de algo nuevo que le quite el aburrimiento. Pero nada de eso quita el hambre y la sed. Nada elimina el hastío. Al contrario dejan detrás de si desengaños, resacas y amargas desilusiones.

“Al llegar a la casa se apoderó de ellos una inmensa y alegría, y arrodillándose delante del niño lo adoraron”. Los magos encontraron a Dios después de una ardua búsqueda, persistentes preguntas, repetidas dudas y arduas investigaciones, después de marchas prolongadas a través de desiertos espirituales y geográficos. Y cuando por fin lo lograron se llevaron la tremenda sorpresa de encontrarlo en un niño frágil e inocente en brazos de su madre. ¡Dios hecho niño! Entonces la estrella que los había guiado hasta ese momento desapareció. Ya no la necesitaban. Y el resplandor de su luz se alojó en sus corazones, como nuevo y poderoso foco de fe, como nuevos ojos capacitados para descubrir la presencia de Dios hecho hombre, hecho niño pequeño e indefenso al lado de su madre.

“Y arrodillándose lo adoraron”. Encontrar a Dios, postrarse delante de El, reconociéndole como el fin último y el todo de la vida que le da vida y sentido a todo. Eso es adorarlo. En ese momento también se produce otro hallazgo admirable: nos encontramos con nosotros mismos, con nuestra razón de ser y de vivir. Llegamos a lo hondo de nuestro ser. Y caemos en la cuenta de que Dios es la pieza faltante del rompecabezas que da sentido final y total a nuestras vidas. Nos damos cuenta de que sin El somos seres incompletos, imperfectos que nadie ni nada excepto Dios puede completar.

Los invito, mis queridos jóvenes, a emprender con los magos ese viaje decisivo que le dará un giro de 360 grados a sus vidas, les invito a ponerse en búsqueda de Dios y a no darse por vencidos hasta dar con El. Les aseguro que ese momento quedará registrado como el acontecimiento más importante de toda su vida. En el punto preciso donde se encuentren con Dios, se arrodillen delante de El y lo adoren, es decir lo reconozcan como el Señor y Dios de sus vidas, se iniciará una transformación profunda que traerá incalculables y maravillosas consecuencias para ustedes y para los que giren alrededor de sus existencias.

Jesús llama eso el Reino de Dios y lo compara a un tesoro escondido en un campo que un hombre encuentra y lleno de alegría va y vende todo lo que tiene y compra el terreno (Cf. Mt. 13,44). Cuando los magos dieron con este tesoro le regalaron generosamente al niño Dios oro, incienso y mirra. Vivir alegres, vivir felices no depende de si se tiene o no se tiene dinero, de si se tiene o no se tiene salud o belleza físicas, si se tiene o no se tiene fama o poder. La verdadera felicidad depende de si tienes o no tienes a Dios en tu vida y en tu corazón tal como Jesús el Señor nos la ha dado a conocer.

“Y regresaron a su país por otro camino”. Los sabios de Oriente al encontrarse con Jesús descubrieron otro camino. Se trata de un nuevo camino de fe, un nuevo modo de vivir con Dios. Me imagino que siguieron estudiando los astros, escudriñando la naturaleza pero dándole un nuevo sentido muy distinto al que guiaba sus estudios e investigaciones antes de encontrarse con Jesús. Las estrellas y las constelaciones se les volvieron como guiños que Dios les hacía con los ojos para decirles que los amaba y estaba siempre con ellos. Y su mente se trasladaba inmediatamente con la imaginación a la casa de Belén! Todo había cambiado genitivamente para ellos. Los tres buscadores habían entrado en la casa de Jesús y a su vez el Salvador había entrado dentro, muy dentro en la intimidad de sus corazones. Habían quedado definitivamente habitados por Dios.

“Regresaron por otro camino”. El encuentro sorpresivo con el Dios niño, la indescriptible alegría que inundó sus entrañas al lograr su cometido, el deseo de corresponder a tantos dones, los llevó a desear ardientemente corresponderle a Dios. Se volvieron generosos, desprendidos, dispuestos a compartir: “Abriendo sus cofres le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra”. Esos cofres abiertos simbolizan sus vidas que quedan totalmente expuestas para que Jesús las llene con los bienes verdaderos y perdurables.

Con el oro confiesan que para ellos Jesús vale más que todo el dinero del mundo y que es a el a quien de ahora en adelante considerarán como su único y verdadero tesoro. Más tarde Jesús enseñará a sus discípulos esta gran sabiduría: “No amontonen tesoros en esta tierra donde la polilla y la herrumbre echan a perder las cosas y donde los ladrones perforan los muros y roban. Amontonen mejor tesoros en el cielo donde ni la polilla ni la herrumbre echan a perder las cosas y donde los ladrones no perforan los muros ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará también tu corazón” ( Mt. 6, 19-21).

Al ofrecerle incienso, sustancia aromática con la que en su país se rinde homenaje a los ídolos y dioses locales en sus templos, colinas y cipos, declaran que de ahora en adelante no adorarán falsos dioses y que están dispuestos a dejar atrás todo lo que idolatraban para reconocer en Jesús la presencia del Dios único y verdadero. Se cumple en estos sabios peregrinos uno de los grandes mandatos de Dios: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mc. 12,28-34). “No tengas otros dioses aparte de mí. No te inclines delante de ellos ni les rindas culto porque YO soy el Señor tu Dios” (Ex.20,3,5)

Al ofrendarle mirra, sustancia que se utiliza junto con otros aromas y perfumes para llevar a cabo los ritos de la sepultura, proclaman su fe en la condición humana asumida por el Hijo de Dios y en la altísima dignidad de toda persona humana por haber sido creada a imagen y semejanza de Dios y por ser el camino escogido por el Padre para llevar a cabo la redención de la humanidad. Belén es la escuela donde los sabios de oriente descubren la opción de Dios de llevar adelante sus designios de salvación valiéndose de medios sencillos y pobres, privilegiando los débiles y los pequeños (cf. 1 Co. 1,18-28)

Muy amados jóvenes, este año la Iglesia les propone también a ustedes, con los de Colonia y del mundo entero imitar a los sabios de Oriente quienes después de haber encontrado al Mesías decidieron regresar por otro camino. Ustedes bien saben que hoy como nunca muchos ídolos quieren introducirse en sus vidas, robarles el corazón y someterlos a su yugo. No se dejen embaucar por los falsos mercaderes de felicidad, ni por los negociantes inescrupulosos que quieren meterle por los ojos y por todos los sentidos fuertes dosis de sexo, droga y satanismo con los señuelos de la música, la bebida, la moda y el fashion. Son poderes con fuertes tentáculos y considerables recursos de seducción y engaño con los cuales han capturado ya a muchos muchachos y muchachas desprevenidos, solos o mal acompañados.

Cristo no ofrece señuelos, engaños ni ilusiones. Les tiende su mano amiga, les abre los tesoros de su evangelio, está dispuesto a caminar con ustedes y a enseñarles a descubrir por el camino del evangelio la auténtica libertad, el sentido de la vida y la verdadera felicidad. Con él nunca estarán solos, aprenderán a hacerse amigos y hermanos de los demás, a servir con alegría y desinterés a quienes los necesiten y a luchar con ardor por las grandes y verdaderas causas de la humanidad que reclaman para ser emprendidas exitosamente personas fuertes, decididas, solidarias y dispuestas a entregar su vida como Jesús. Al lado de Cristo encontrarán siempre a su madre María. Mejor dicho ella se transformará en una estrella radiante en sus vidas que se pondrá en camino con ustedes para conducirlos hasta donde está su hijo Jesús y a quedarse con él.

Dentro de unas horas nos conectaremos con Colonia para participar en la eucaristía de clausura presidida por el Papa Benedicto XVI y por 800 obispos y 10000 sacerdotes del mundo entero y a la que asisten invitados de otras confesiones cristianas. Será para nosotros la oportunidad de manifestarle al Santo Padre nuestro inmenso amor y nuestra adhesión a su ministerio pastoral como Vicario de Cristo y sucesor de Pedro. La eucaristía es también el “otro camino” por donde podemos llegar hasta Jesús y aprender cómo ser sus discípulos. El Santo Padre Juan Pablo II, al convocar la Jornada Mundial de la Juventud, invitó a los jóvenes a buscar al Señor en su Eucaristía y a trabar una amistad profunda y duradera con él tomando como modelo su presencia y entrega en tan gran sacramento.

Encienda el Señor el cielo de nuestras vidas con la estrella de la fe. Que los que lo han encontrado se adentren más aún en su conocimiento, que los que aún están en camino estén atentos a los signos que indican el camino hacia Jesús, que los que aún no se han planteado la pregunta abran su mente, su corazón, su razón y su voluntad al único que puede dar una respuesta profunda y definitiva a sus vidas. Que esta noche se inicie para todos una nuevo camino de gracia y luz donde nuestras preguntas, dudas y anhelos queden colmadas con la presencia de Jesús. Que nuestra pastoral juvenil arquidiocesana cobre a partir de este encuentro una nueva fuerza y que dentro del proyecto arquidiocesano de renovación la pastoral juvenil sea una fuerza de vida y esperanza que atraiga a muchos jóvenes hacia la Iglesia de Jesús.

Maracaibo, 20-21 de agosto de 2005

+ Ubaldo R. Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo